lunes, 13 de febrero de 2012

Por una mujer

Por: Luis Enrique Mendoza

Aquí estoy, en una noche fría y oscura, a solo un paso de lanzarme al vacío y escapar de este mundo en el que solo voy a tener sufrimiento y la lastima de la gente. Todo por culpa de Mesalina.




Recuerdo cuando lo conocí, en ese tiempo yo todavía seguía con Mireya, era Abril y el inicio de un nuevo año en la universidad. Me reencontré con mis amigos y nos pusimos a charlar sobre lo que fueron nuestras vacaciones. Charly fue a Asia, Mike a Máncora y yo fuera del país (fui a Acapulco).

Era la 1 de la tarde y empezaba nuestra primera clase, el curso se llamaba Lenguaje Audiovisual y lo dictaba un profesor que tiene la estatura de Messi. El maestro empezaba explicarnos sobre su curso cuando de pronto una chica escultural pide permiso para entrar al aula. Muchos de mis compañeros (yo también) nos quedamos con la boca a abierta al verla.

“A usted se le perdona todo, pase señorita” dijo el profe con una cara de mañoso. Ella se sentó en la carpeta que estaba al lado de la mía. Muchos me decían lechero, sobretodo Mike y Charly. Parece que en ese momento todos se olvidaron que yo salía con Mireya.

Menos mal en la clase no ocurrió nada extraño. Al salir, toda la gente de cuarto estaba hablando de la chica que llegó tarde y empezaban a preguntar a gente de otros ciclos sobre ella. Giacomo, un amigo de Mike, nos dio datos sobre ella: “Se llama Mesalina Guerra, esta en el curso de ese ‘Chato del mal’ porque la jaló el ciclo pasado. No se preocupen gente que la flaca esta sola y sin compromiso”, dijo el ‘pataza’ de Mike.

La gente no paraba de hablar de Mesalina. En la clase de Técnicas Fotográfica la gente mencionó su nombre más veces que la palabra “fotografía”. A la salida, todos los de cuarto se fueron a buscarla, menos yo. Tenía que salir a recoger a Mireya de su universidad, pero de la nada apareció Mesalina frente a mi auto. “Tus amigos me están buscando, ayúdame a salir de la ‘facu’ sin que me vean” me dijo y subió a mi Ferrari.

Charlamos un rato y la dejé en un centro comercial a tres cuadras de donde estudia Mireya. Mesalina me agradeció y me dio un papel con el número de su celular. Seguí conduciendo y llegué a la universidad donde estudia Mireya.

Mi enamorada en ese entonces me esperaba para llevarla a su casa. Subió a mi carro y empezó a hablarme sobre su día. La oía, pero en mi mente solo estaba Mesalina.
Ya en la puerta de su casa, se despidió de mí con un beso y se fue. Era extraño, ya no sentía lo mismo cuando la besaba. Me estaba desenamorando de ella.

En mi casa, decidí llamar a Mesalina. Conversamos por un par de horas y la invité a salir el sábado por la noche. Ella aceptó.

En el transcurso de esa semana no dejaba de pensar en ella y que saldríamos el fin de semana. El jueves, les hable de esto a mis amigos y la pregunta inevitable llegó: “¿Y que vas a hacer con Mireya?” me preguntó Mike. En ese momento decidí que los tres años de relación que tenía con Mireya debían llegar a su fin.

Ese día, la fui a recoger como siempre pero no la llevé a su casa, la llevé a la playa La Cascada en Barranco y ahí fue donde acabó nuestra relación. Recuerdo que se fue corriendo y llorando. Me sentía mal, ella no se merecía esto, pero ya no estaba enamorado de ella. La única que estaba en mi mente era Mesalina, sin saber que después me iba a arrepentir.

El sábado llegó y esa noche salí con Mesalina. Luego de bailar y beber unos tragos nos fuimos de la discoteca a un lugar más cómodo. Pague 100 soles por un cuarto en un hotel cercano y pasó la que pasó. En la mañana, la llevé a su casa en San Isidro y luego fui a la mía a descansar luego de una buena faena.

El lunes les conté a mis amigos sobre lo del sábado en la noche y todos me felicitaron. “Buena ganador, aunque me hubiese gustado ser yo el afortunado, pero bien por ti”, me dijo Charly.

Hoy, dos días después, fui en la mañana al hospital a donar sangre porque necesitaba un poco de dinero, soy “O” negativo y pagan buena plata por ella. Todo parecía normal, pero luego vino un médico a decirme algo que me dejó totalmente en shock: “Lo siento, pero no podemos recibir tu sangre porque tienes VIH”.

En ese momento quedé sin palabras. Toda mi vida se vino abajo con esa noticia. Salí del hospital, subí a mi carro y fui a hablar con Mesalina. “¿Qué pasa amor? ¿Por qué estas como loco?”, me dijo. “¿Qué pasa? Fui al hospital y me dijeron que tengo VIH”, le grité. “Lo siento amor, no podía decírtelo, sino no hubieses salido conmigo”, me dijo llorando. Me fui de su casa.

Subí a mi carro y recorrí toda la ciudad sin rumbo alguno. No podía creer que tenía VIH. Sonó mi celular, era Mike, no le contesté y tiré el aparato por la ventana.
Conduje por varias horas, por diferentes lugares, incluso daba por el mismo sitio hasta que se hizo de noche y llegué aquí, a un acantilado y apunto de lanzarme, porque no tengo nada más que hacer en este mundo.

“¿André, eres tú?” escuchó detrás de mi. Giro mi cabeza y ¡No puede ser! ¡Es mi ex! ¡Es Mireya!
“¿Qué haces por acá Mireya?” le pregunto algo confundido. “Vine a arrojarme de este acantilado porque mi vida sin ti no es nada, te extraño tanto y si no te tengo, de nada me sirve estar en este mundo”, responde.

“Yo tampoco tengo nada que hacer en este mundo Mireya, hoy me enteré que tengo VIH y es mejor que me vaya de acá antes que la enfermedad me mate”, le digo entre llantos. Ella también empezó a llorar y corre hacia mí para darme un abrazo.

“No me importa que estés enfermo, solo quiero pasar el resto de mi vida contigo”, me dice en la oreja. Mireya es una mujer maravillosa y me puse a recordar todos los buenos momentos que pasé con ella en los tres años que estuvimos. No puedo creer que la haya dejado.

“Perdóname por haber terminar contigo, eres grandiosa, volvamos a estar juntos, quiero estar contigo hasta el día que me muera”, le digo mientras la tengo en mis brazos.

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