jueves, 16 de febrero de 2012

Entre la espada y la pared

Por: José Ponce de León

Era más de las siete de la noche y mis clases en la Universidad San Cristóbal de Huamanga habían terminado, Salí de la universidad envuelta en un bosque de uniformes verdes y donde poco podía ver a mis compañeros universitarios y poco hablar con ellos por estábamos vistos por todos esos sinchis y si hablábamos se prestaba para la malinterpretación de los sinchis.



Ya rumbo a casa no era raro oír disparos pero mas allá sentí un fuerte estruendo y al ratito se fue la luz, entonces las cosas cambiaron y mis pies temblaban y poco podía caminar.
Así llegue al puente Bolognesi el cual tenía que cruzar para llegar a casa, no podía hacerlo habían cerrado el puente y había un montón de soldados y gente detenida, pasar por ahí significaba ser golpeado o ser acusado de terruco.
Opte por irme por la rivera del rio y cruzarlo no importaba si me tenía que mojar pero era mejor, seguí por todos las chacras con maizales rampando hasta llegar a mi casa y no podía donde me esperaban Tina mi hermana y mi madre Blanca, llorando y temblorosas.
¿Qué paso pregunte? Nada respondió Tina.
Estaba todo oscuro y no podía ver mucho, entonces grite, ¿qué pasa carajo?, ella empezó a contar que habían venido varios terrucos a buscar a mi hermano mayor Marcial, para que era obvio deducir sabiendo quienes eran estos malditos, mi hermano tiene tierras que producen maíz y papa.
Estos habían cogido a mi madre y la golpearon para hacerle hablar donde estaría mi hermano, mi madre les había dicho que el estaba en la plaza de armas con su novia, estos terrucos después de golpear a mi hermana y a mi madre, la cogieron de las trenzas las cuales eran largas y hermosas cual hojas del helecho y se la cortaron todas.
Solo me quedo abrazarlas fuerte y derramando lagrimas les decía los quiero mucho y luego mi madre dijo vamos a casa de mi hermana rápido ahí está tu hermano, casa que estaba ubicada a una cuadra de la nuestra donde nos quedaríamos a dormir.
Al día siguiente temprano vi a mi madre y sentí una cólera tremenda por lo que habían hecho con ella y mi hermana, solo agradecí a Dios por no permitir que pasaran cosas mayores e incluso el de matarlas eso hubiera sido peor.
No importaba mucho que cortarle la cola a una campesina es muy denigrante y viola sus valores y tradición que es digno de ellos.
Marcial tuvo que irse al cusco al día siguiente porque sabíamos que algún momento regresarían, mi hermana y mi madre se encargarían de las chacras pero estas ya no serian nunca lo mismo ni la vida misma de mi familia.
La vida en Ayacucho era tan dura que nunca podíamos vivir en paz, nos encontrábamos entre la espada y la pared, es decir por un lado el ejercito que nos maltrataba y nos acusaba de terroristas y por otro lado los senderistas, solo nos quedaba rezar, rezar, rezar .

No hay comentarios:

Publicar un comentario