lunes, 23 de enero de 2012

Secuestrado

Por: Luis Enrique Mendoza

Desperté. Me encontraba entre cuatro paredes y no recordaba porque estaba ahí. Era un lugar muy oscuro y frio. Lo único que escuchaba era el sonido de las gotas de lluvia.
Empecé a gritar pidiendo ayuda, pero nadie respondía. Fue entonces que escuché relámpagos, lo cual me hizo imaginar que la lluvia en el exterior era muy fuerte y estaba acompañada de los rayos.



Me tiré en el suelo y veía el techo. Fue entonces que traté de hacer memoria para recordar lo que me había sucedido. Mis recuerdos eran muy borrosos. Lo primero que llegó a mi mente fue una fiesta.
Fiesta, mujeres, cerveza, algo que era habitual en mi estilo de vida. Salía en las noches a divertirme, para olvidar todo lo malo que pasaba en el día. Estaba en los últimos ciclos de la carrera de comunicaciones y ya hacía mis prácticas en uno de los medios más importantes del país.
Mis actividades diarias eran muy agotadoras y las noches permitían liberarme de todo. En ese momento recordé que fui a al fiesta de Ernesto, un amigo de la universidad, que me invitó a una fiesta en la casa de sus papás en Monterrico. De inmediato acepté la invitación.
Otro relámpago estremeció el lugar donde me encontraba. La lluvia seguía y yo continuaba tendido en el suelo. Comencé a recordar la fiesta. Llegué a 10 de la noche, todavía no empezaba la fiesta y saludé a Ernesto junto a algunos compañeros de la universidad.
Más relámpagos y mucho más fuertes escuché. Fue en eso que recordé que la fiesta fue interrumpida. Se apagó la luz y se escucharon muchos disparos. La gente estaba como loca. Fui a refugiarme en alguna parte de la casa y me golpearon por atrás. De ahí no recuerdo que más sucedió.
Pasaban las horas, la lluvia cesaba al igual que los truenos y amanecía. Por una pequeña rendija llegaba la luz del día al lugar donde me encontraba. Escuche pasos, alguien se acercaba, la puerta se abría y un sujeto con el rostro cubierto me lanzó un plato con comida rancia. Gritó que la comiera y se fue.
Tenía el estomago vacío, me moría de hambre y no me quedó opción. Comí lo que me dejo ese sujeto y a las pocas horas vomité y tuve diarrea. El lugar terminó hecho una porquería.
Pasaban las horas y no sabía que hacer, tampoco sabía cual sería mi futuro. De pronto escuché otra vez pasos, esta vez la puerta fue abierta de forma violenta y era otra vez ese sujeto, ahora portaba un arma y me apuntaba.
Me preguntaba amenazante sobre unos papeles. No sabía sobre que hablaba hasta que recordé que hace unas semanas redacté una nota sobre una banda de que secuestraba niños y jóvenes para venderlos al extranjero.
En ese momento pensé que si les decía o no lo información de todos modos intentarían matarme, pues buscaban lo que buscaban era venganza. Me quedé callado unos segundos hasta que de pronto escuche un sonido extraño y aparecieron efectivos de la policía que atraparon el sujeto.
Uno de los policías le quitó lo que cubría su rostro y de inmediato lo reconocí. Era el cabecilla de esa banda que secuestraba niños. Los efectivos se lo llevaron y me liberaron junto a unos cinco niños que se encontraban también en la misma casa pero en otros ambientes.
Cuando salí de esa prisión, noté inmediatamente que no estaba en Lima. Me habían llevado hasta Junín y ya pasaron más de tres días de la fiesta en casa de Ernesto. De inmediato fui de Junín y luego de largas horas de viaje llegué a Lima.
Busqué a Ernesto y me contó lo que pasó después de que me golpearan. Él y los demás chicos salieron de la casa y el cabecilla de la banda me llevó desmayado en una camioneta. No se había llevado objetos de la casa de los papás de Ernesto, solo dañó el sistema de luz y dejó agujeros en el techo de la casa por los disparos.
Lo que me pasó puso en duda un instante si quería seguir en el periodismo, pero luego me di cuenta que esto fue lo más emociónate que me ha pasado en la vida.

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